domingo, 22 de agosto de 2010

Desarrollo Humano

La actitud que más comúnmente se prolonga en las sucesivas etapas de nuestro crecimiento es el EGOCENTRISMO de la niñez y de la infancia. Este egocentrismo genera en nosotros diversas manifestaciones que las vamos a resumir en el siguiente cuadro:


 Suave            :                    ACTIVO : VEDETTE NERON

 Aspero           :                    PASIVO  : MENINO QUELONIO

El Vedette: Busca la admiración por la admiración. La fama y popularidad es sinónimo de superioridad. Alardea, exagera, miente, hace comedias con tal de ser visto y tomado en cuenta. Cuando no tiene público se siente deprimido y apagado.

El Vedette vive sujeto a las opiniones de los otros. Se deprime cuando le han criticado y ridiculizado y se exalta cuando se siente elogiado.

Su personalidad tiene poco fondo. Por eso trata de revestirse de formas: fama, dinero, admiración, popularidad. Poco a poco su rostro se va tornando en fachada hecha de fanfarronería, grandilocuencia, engreimiento y mentira. Cuando nadie le alabe, él mismo lo hará.

En el fondo es un fracasado, pero no lo acepta. Los amigos se compadecerán de él y entonces se volverá agresivo o se hundirá en el aislamiento.

El Nerón: No le importa brillar, sino gobernar e imponer. Su máxima emoción es “manejar” los acontecimientos y las personas, saber que se hace lo que él ordena.

La imagen de su Yo es el conquistador: César, Napoleón, Hitler… Su máxima pesadilla es descubrir su debilidad. Saber que alguien es más fuerte que él. Busca el influjo social para decidir. Los demás deben aceptar su superioridad y sentirse menos que él. Siempre se hizo su voluntad, sus padres fueron los primeros súbditos. Jamás se le privó de un capricho.

El Menino: El menino vive de la compasión de sus amigos. Engendra compasión exagerando sus sufrimientos o inventándolos. Cuando más compasión busca, más se alejan los amigos. Roto este círculo, toda la vida del menino puede convertirse en alegría.

La imagen de su Yo es generalmente del “bebé” abandonado y desprotegido. Su pesadilla es quedarse sin protectores.

El Quelonio: Busca la soledad y rehúye molestias, metiéndose dentro de su propio caparazón. Se oculta de su propia impasibilidad y renuncia al mundo asumiendo la actitud de la zorra ante las uvas.

No se preocupa de él y, entonces, se encierra cada vez más y se aísla. La imagen de su Yo es la de Diógenes en su tonel, es como un cuarto oscuro.

(Esta tipología está basada en Künkel; citada por Ubaldo Chueca SDB, en su libro PSICOLOGÍA”, ed. Salesiana).

Uno de los factores más constructivos de la personalidad en evolución resulta ser una experiencia particular que se denomina PROYECTO DE VIDA.

Y eso constata la presencia de esta experiencia humana: el niño, el adolescente, el joven, crecen proyectándose, viven dentro de sí un proyecto de vida.

El hombre es un ser que se interroga. Debe tomar en sus manos su vida y buscarle un sentido. Descubre los valores que lo atraen y por cuya estima que la vida merece vivirse. Poco a poco adquiere un sistema de valores en los que se van ordenando los unos respecto a los otros. Y así, en la medida en que vive de un modo verdaderamente humano, el hombre forma un proyecto de vida, el proyecto de los valores, a la luz del cual se compromete a múltiples situaciones de su existencia. En fuerza de este proyecto de vida, puede dar un sentido a su compromiso en este mundo, a partir de un compromiso proyectado frente a sí y que, por este hecho, comienza a despuntar. Este proyecto de vida engloba todo lo que se puede esperar de la existencia.

Ciertamente, nosotros podemos edificarlo en modo arbitrario, pero podemos también (y debemos) determinarlo sometiéndonos a los valores que nos solicita la realidad objetiva. Debe ser, pues, realístico y de acuerdo con la propia experiencia. Es de este modo como determinamos nosotros mismos, nuestro procedimiento personal a través de la situación que la existencia nos impone.

El proyecto de vida está presente a lo largo del desarrollo de la persona, pero con diversos tonos y funciones. El proyecto de vida a los diez años no es aún el de los 16, ni el de los 16 el de los 20. Pero puede haber una continuidad entre estos momentos, recomponiéndose los elementos del pasado en una nueva sucesiva síntesis.

Expresa auténticamente una personalidad que vibra por determinados valores y que percibe más o menos explícitamente las consecuencias de aquello que es actualmente (yo actual) y aquello que tiende a ser (yo ideal). Todo proyecto del porvenir, en la medida en que se radica en la historia, manifiesta un dinamismo creado por el nivel existente entre una persona y otra.

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